alba alba alba

Zdzislaw Beksinski


Decía mi hermana, de pequeña, que sus pies siempre estaban fríos. Si salía de la piscina, era por el agua; si salía de la cama, era culpa de mamá, que no había puesto las calefacciones a la hora; si venía de la calle, era por la lluvia; y si estaba en la playa, era porque nunca hacía calor suficiente ––en esta mierda de ciudad. Todo tenía, en realidad, la misma conclusión: siempre era culpa de los demás. En realidad, la verdad era muy simple, tan simple que era imposible que ella la viese, o que mamá la viese, o que papá la oliese: ella tenía el corazón muy frío, de tan mala que era. 

Pies fríos.
Corazón frío.
Una cabronaza de los pies a la cabeza.

A mí me duele llevar la misma sangre que lleva ella. Me duele que nos relacionen, me duele formar parte de su historia en este mundo. Me arranca las entrañas cada vez que pronuncia mi nombre. ALBA ALBA ALBA. Me duele compartir libro de familia. Me duele –tanto que agonizo– que nuestra madre sea la misma: ella no se la merece. Con todo lo que nuestra madre ha hecho por nosotras, ella no se merece una hija tan repugnante como mi hermana. Una hija que le robaba siempre que podía, cuando a mi madre no le llegaba ni para el pan, y sabía, como sabía yo, que acabaría por pedir que se lo fiasen o, simplemente, que acabaría robándoselo a alguna señora con menos reflejos que ella en plena calle. Eso pasaba cuando mi padre perdió el trabajo. Y cuando a mi hermana le preguntaban en qué trabajaba mamá, sentía vergüenza. Mi madre limpiaba escaleras, limpiaba pisos, limpiaba bancos, siempre con la bata azul encima y las manos ásperas. Ella enrojecía de ira al recordar un presente tan poco acorde a su estatus personal, y contestaba que a su madre no le hacía falta trabajar porque su padre llevaba dinero suficiente a casa. Pero cuando nos iba a recoger, el resto de niñas veían los callos en las manos de mi madre, notaban a veces la sangre reseca, y sabían cuán desgraciada era mi hermana y cuán desgraciada era yo por tenerla. 

En realidad creo que mi hermana no tiene corazón. 
Ni frío ni caliente.
Ni ausente ni presente.

Y lo que más me duele de todo, lo que de verdad consigue que se me abran las carnes y me tire, yo misma, cal encima, es saber, ser plenamente consciente, de que mi madre adora a mi hermana.

Porque, mi madre, mamá, debería ser toda para mí. Y no lo es.
No lo es por la zorra de mi hermana.

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