Ausentarme para hablar(me)

Peter Ilsted


La campana de cristal se hace cada día más grande, más inmensa.

Arrastra mis pies y los de quien me rodea, y en el trayecto me encuentro con gente que no conozco, y con la que aprendo a desahogarme de pura necesidad.

La campana de cristal es indiscreta.
Y es para locos. Sólo.
El único rincón vivo de nuestra vida.

Mis padres viven en un planeta aparte. Mi hermana coexiste conmigo. O eso dice ella. Y de mientras, yo, intento ausentarme para hablarme de mi amor. Focalizo mi energía en esos sentimientos que aún habitan en mí y que sólo encuentran desespero. Ellos buscan alimento y siempre encuentran el mismo. Tiene un sabor agrio, que hace que escuezan las encías.

Aprieto la mandíbula.

Quién sabe hablar de amor, pregunto yo. Los poetas, dicen. Busqué ser una poeta y me encontré con narraciones. El poeta nace, claro, no se hace. Tampoco me hago yo a mí misma. A veces siento que es la gente que me rodea la que hila mis huesos y les da movimientos. Como si fuera una marioneta que divierte al público. Ese Arlequín que de vez en cuando se ríe de mí e invade mi cuerpo. Es la comedia italiana. Sean ustedes bienvenidos. Para mi hermana soy una payasa. Así me lo dice:

- Eres una payasa, Alba, que te crees que vas a llegar a algún sitio con esas palabras tuyas. 

Rotunda. Seca. Hija de puta.

La campana de cristal hace eco en mi cabeza. No detiene el tiempo. No lo encuentra. La campana de cristal no se rompe nunca. Parece hierro forjado. Se asienta en mi cerebro y me habla.

Sí. Me habla.

¿Es la campana de cristal la pastilla para dormir?

2 tribulaciones:

Jenn Díaz dijo...

Es espectacular esta entrada.

Alba Stephen dijo...

Gracias, querida Fusa. No sabes cómo me alegra que me digas eso. Sobre todo porque no estaba contenta con la entrada. Y llegas tú y... Gracias.

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