El sexo de mis padres

George Tooker

Recuerdo a mis padres siempre de la misma manera: envueltos con un manto negro, negro como el carbón, con una sonrisa diabólica en sus rostros, mirándose el uno al otro, ensimismados ante la oscuridad y la falsedad de un momento de suspiro. En las noches en que tengo más miedo que pena, esa es la imagen que se me viene siempre a la cabeza. Dos rostros humillándose ante el placer de la vida. Ellos, en sus cincuenta años mal llevados, escondiéndose. Fue como una fotografía, un flash, un correr el el carrete para hacer la siguiente foto y olvidarse de la anterior. Pero ahí ha estado toda mi vida, hasta el mismo día de sus funerales, hasta la última lágrima derramada en el cementerio. Sus besos, sus caricias, sus ojos casi en blanco, bajo el manto negro con el que nos arropaban en la sala de estar, tras la cena de todos los viernes, frente al televisor. Ellos allí, ya en el cajetín que habría de guardarles el resto de su vida, y mi mente reproduciendo la misma escena a cámara lenta, cada vez más lenta cuanto más bajo tierra estaban ellos.

Primero fue mi padre. Muchos años después mi madre. Nunca les conté lo que había visto, nunca esa pesadilla que se quedó en mí, aferrándose a la vergüenza de la hija. Mi hermana no lo vio, no se lo conté hasta que ella me contó la primera vez que hizo el amor. Entonces volvió a mí como un huracán, y no pude atender a lo que me contaba. Sólo veía su rostro feliz, en pleno éxtasis, un rostro que se solapaba con el de ellos, que en silencio rumiaban nuevos futuros, nuevos, quizás, sustitutos a las hijas que ya tenían. No les complacíamos, pensé. Pero ese pensamiento fue sólo adolescente. Nada ocurrió y respiré tranquila. Mi hermana no se ruborizó. Pidió detalles. Cuándo había sido, qué había visto exactamente. Comenzó a compararlo con su propia experiencia, y de no escuchar, de no ser capaz, pasé a estar al tanto de cada movimiento, de cada posición. Mi hermana es mayor que yo. Yo llegué en un suspiro. Eso decían mis padres. En un suspiro que no esperábamos. Mi hermana siempre ha sido más lista que yo, mucho más.

Yo tenía siete años, y aquello marcó mi vida para siempre.

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