Como Sylvia Plath

Tolouse-Lautrec
A veces me siento como Sylvia Plath, dentro de una campana de cristal, donde los demás me dan golpes y me arrastran a la sordera. A veces también soy sorda al mundo, me hago la loca. En eso me diferencio de ella: yo no meto la cabeza en el horno mientras mis hijos duermen junto con un vaso de leche ya caliente. O fría. También hay algo que me diferencia de la campana: a ella se la oye desde cualquier sitio, y yo bien puedo quedarme afónica sin ningún oído. No pretendo ser triste, o melancólica, o aburrida, o muerta viviente. Pero la campana me zarandea y no sé cuántas veces ya he perdido el norte. ¿Lo habéis perdido alguna vez? ¡Si fuera el norte lo único que he perdido en la vida! Este discurso viene acompañado del desamor. Espero no ser la única enamorada que escribe versos por la noche, llora y bebe en exceso. A veces es fácil hablar de uno mismo, y otras, como en esta, no tanto. Fumo mucho, bebo más de lo que desearía y mi refugio es la noche, cuando nadie me ve, cuando nadie sabe que aún estoy despierta. Pienso mientras los demás dejan de hacerlo, muero cuando los demás piensan que vivo. Y aunque tampoco me hundo en ríos ingleses, siento que la muerte me acecha y que no podré luchar contra ella.

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