machacar el alma

Goya


Ya no miro atrás. Ya no miro atrás para ver si estás, para ver si me adelantas, para ver cómo estás. Ya no miro atrás para ver tu orgullo, para buscar el mío. Ahora resoplo con mi propia angustia y te busco en ese recuerdo, en ese justamente, que me insufla aire. Ese recuerdo con el que me desvanezco ante ti, y ya no me ves, no me ves porque no estoy. Ni estaré.

Ya no te busco a mi espalda.
(Mi columna vertebral también se ha ido de ti.)
Ya no te encuentro frente a mis ojos.
(Tu columna vertebral te ha abandonado hasta a ti.)
Ya no lucho contra un gigante de pies pequeños.
(Nunca fuiste grande. Sólo tu maldad lo fue.)

Ya no te veo, en realidad. No eres ni un punto, ni una coma. Nunca fuiste un libro, tampoco, pero estabas llena de exclamaciones. Ya no te busco en mis talones –podridos, malolientes, supurantes de odio. Ya no te busco donde sé que estás: has dejado de interesarme. Ahora sólo te escribo como íntima venganza, como primera y última rabia que te concedo. Ya no tengo muñecos de papel –ni de porcelana– pegados en mis espalda, gruñéndoles a mi culo. Ya no tengo chicles en mi pelo, que recuperan el color al salir de tu boca, y cuyo sabor me invade hasta el cerebro. Ya no estás como una asesina en serie tras de mí, cuchillo en mano, grito en arrugas instalado. No estás. Y me pregunto si, en realidad, estuviste alguna vez. 

Sé que sí. Por desgracia sé que estuviste y que me arruinaste la vida, el amor, el deseo, la pasión. Me dejaste vacía de todo menos de ti, y anclaste tu ancla –no lo llames redundancia, bastarda– en mis huesos y entrañas: voy a machacarte el alma. 

Lástima de ti, princesa: tu trono ya ha sido ocupado. 
Ya no estás ni en mi espalda, ni en mis pies, ni en mis manos. Sólo estás en la condena.

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