Lo salvaje con diez años

Young Model - R. Soyer

 A mi hermana siempre le gustó vivir muy rápido, vivir mucho en poco tiempo, comprimido todo en una pastilla de droga dura, que podía dejarla tirada en un callejón, un callejón oscuro en el que nadie oiría sus gritos, mucho menos sus lágrimas. Mi hermana lo ha vivido todo, y cuando llegó a los dieciocho ya estaba aburrida de la vida. Así era ella. Igual que con los novios, igual que con las novias. Se aburre, se harta, se cansa y cambia. Pero no puedes cambiar la vida, no puedes cambiarte a ti. ¿Qué haces cuando has exprimido la vida cuando se supone que tienes que evitarla? Los adolescentes evitan crecer, evitan enamorarse: buscan lo salvaje. Mi hermana encontró lo salvaje con diez años. Con dieciocho era una especie de outsider. No encajaba en ningún sitio, ni tampoco lo quería. Le gustaba esa imagen que vendía, que se creía. Tomaba drogas y bebía, se acostaba con hombres mucho mayores que ella; se tatuó sin permiso de nuestros padres y se escapaba de casa cuando ellos dormían para irse a discotecas o a casa de sus ligues. Abortó dos veces. Contrajo enfermedades otras muchas. Ella se reía. Se descojonaba. Yo la miraba y ella pensaba que la admiraba. Mira a tu hermana mayor lo bien que se lo monta, se decía. Y lo único que sentía era grima, una grima inmensa de que esa petarda llevase mi sangre. Me iban a relacionar con ella. Conclusión: debía ser muchísimo mejor que ella. Más sensata, más respetada. A mi hermana le gustaba vivir a la velocidad de los trenes, dejando humo como firma personal, y un olor agrio, repugnante, que hacía saber a la gente que se estaba quemando viva y que ni se enteraba. A los veinticinco años se casó, porque estaba aburrida. Era, ya, aburrida. Qué le quedaba más que vivir el matrimonio, ser una mantenida, tener hijos y pasar de ellos. 

Pedirle sopitas a su hermana pequeña. A la tonta de su hermana pequeña.

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